Por Lara Arenas
Camila Morchio es una bailarina cordobesa que creció rodeada de danza gracias a su madre, quien dirige un estudio donde comenzó a formarse desde pequeña. Allí exploró diversas disciplinas como jazz, tap, danza contemporánea, española y folclore, adquiriendo una base artística amplia y versátil. Más adelante ingresó al Seminario de Danzas Nora Irinova, perteneciente al Teatro del Libertador, donde comenzó a inclinarse con mayor profundidad hacia la danza clásica. Posteriormente se trasladó a Buenos Aires, donde continuó su formación en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón y, en paralelo, en el Taller de Danza Contemporánea del Teatro San Martín.

Al finalizar ambas etapas de perfeccionamiento, se incorporó al Ballet de la Provincia de Salta, en el que formó parte durante tres años. Luego regresó a Córdoba tras ser seleccionada en una audición para el Ballet Oficial de la Provincia —Teatro del Libertador—, donde continúa desarrollando su carrera artística.
Actualmente combina su labor como intérprete con la docencia, impartiendo clases de danza clásica y contemporánea en el estudio de su madre, transmitiendo su experiencia y pasión a nuevas generaciones de bailarines.
A lo largo de los años, el ballet ha estado marcado por un modelo estético muy definido, asociado a una idea de perfección técnica y corporal que, en muchos casos, dejó fuera otras formas de belleza y expresión. Sin embargo, en la actualidad, cada vez más artistas y compañías comienzan a cuestionar esos parámetros y a abrir el camino hacia una mirada más inclusiva y diversa, que refleje mejor la realidad del mundo contemporáneo.
– ¿Creés que es necesario desnaturalizar la estética tradicional del ballet para adaptarlo a una visión más diversa e inclusiva?
Estoy totalmente de acuerdo en que es necesario desnaturalizar la estética tradicional del ballet. Durante mucho tiempo se asoció esta disciplina con un único modelo de belleza y perfección, pero creo que el arte debe reflejar la diversidad y la realidad del mundo actual. Me parece fundamental que se valoren las distintas corporalidades, estilos y formas de interpretar, porque eso enriquece la danza y la hace más humana.
Siento que poco a poco vamos en ese camino de apertura y cambio. Personalmente, no considero que sea un obstáculo en este momento, sino un proceso de transformación que nos invita a mirar el ballet desde una perspectiva más libre, inclusiva y contemporánea.
– ¿Hay algún artista dentro del ballet que consideres una influencia importante para cuestionar los modelos tradicionales de estética y belleza?
Está el caso de Misty Copeland, quien se retiró hace apenas unas semanas. Ella es una bailarina afroamericana que logró convertirse en primera bailarina del American Ballet. Para mí, su trayectoria representa la visibilidad de todos los logros que se han conseguido a lo largo de los años para romper con las barreras de la estética tradicional del ballet. Copeland logró desafiar los moldes históricos y demostrar que el talento y la dedicación no dependen del color de piel ni de un estándar rígido de belleza.
– En relación con este tema, ¿alguna vez sentiste o viste que se presentaran obstáculos de este tipo? De ser así, ¿impactaron de alguna manera en roles, audiciones o visibilidad dentro de la compañía?
No me ha tocado vivir situaciones de racismo ni que la elección de roles esté limitada por el tono de piel. Sí me he encontrado con situaciones en las que se indica no tomar sol o aplicarse maquillaje específico para ciertos personajes, como ocurre en obras como El lago de los cisnes o Giselle, donde se busca que los bailarines luzcan con la piel más clara para representar determinados papeles. Pero considero que esto tiene más que ver con el personaje que con una discriminación real.
En lo personal, nunca he sentido discriminación por mi color de piel, y creo que el público también lo percibe de manera natural. Para mí, esto no ha sido un obstáculo ni algo que me llame especialmente la atención; forma parte de la práctica escénica y del trabajo con los personajes, más que de un prejuicio hacia el artista.
– En los últimos años, han surgido movimientos que buscan visibilizar la diversidad y la igualdad dentro del ballet, cuestionando los estándares tradicionales de estética y representación.
– ¿Conocías antes el movimiento Black Dancers Matter? ¿Qué opinás sobre su propuesta de promover la inclusión en la danza clásica?
La verdad es que no había escuchado sobre este movimiento dentro de la danza antes. Personalmente, siento que hoy en día el tono de piel no representa un obstáculo para la asignación de roles; creo que lo que realmente influye son los distintos requerimientos estéticos y técnicos que se evalúan para determinar si un bailarín es adecuado para un papel específico. Es decir, la selección depende más de la preparación, la técnica y la capacidad de adaptación al personaje que de cuestiones de apariencia, y eso me da la sensación de que el ballet está avanzando hacia una mirada más justa e inclusiva.