Soñó con ser cura a los 18, sin saber del todo en qué se estaba metiendo. Se ordenó, creyó, y años después se animó a romper con todo: con la sotana, con la culpa, con la estructura. Dejó la Iglesia por amor, pero lo que siguió fue mucho más que una historia romántica: fue un proceso de deconstrucción personal frente a una institución que, según él, anestesia conciencias, premia el silencio y castiga la humanidad.