Inteligencia Colectiva

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Del chasquido al silencio

Por Pedro Rost

El silencio en la cancha fue más fuerte que el grito. El salto, que prometía otra jugada más, se quebró en un instante. Un chasquido seco, casi imperceptible para algunos, pero que heló la sangre de los que estaban más cerca. Juan Velásquez cayó con gesto de sorpresa, como si todavía no entendiera lo que acababa de pasarle al cuerpo. No hubo épica ni gol. Hubo dolor. Y en medio de la algarabía de un partido común, la lesión lo dejó tirado en el piso, solo, rodeado de miradas que no podían ayudarlo.

El momento fue corto pero eterno. Los compañeros hicieron señas para que entraran los médicos. Los hinchas, acostumbrados al ruido de la pelota y al grito del gol, quedaron mudos por segundos. Nadie lo esperaba. Nadie se prepara para el golpe que te cambia la carrera. Velásquez, que había aprendido desde chico a correr detrás de una pelota como si fuera un destino, no podía levantarse.

Los días siguientes fueron largos. El diagnóstico cayó como una sentencia: meses fuera. El deporte, que hasta entonces era movimiento, adrenalina y velocidad, se transformó en reposo, hielo y paciencia. Lo que antes eran gritos de aliento se volvió silencio en un cuarto de recuperación. Velásquez pasó de entrenar para superarse cada semana a aprender a caminar de nuevo sin dolor.

¿Quién es Juan Velásquez? Para entender la dimensión de ese golpe, hay que retroceder varios años. El chico que hoy viste la camiseta de Belgrano nació futbolísticamente en General Levalle, un pueblo de Córdoba. Su primera camiseta no fue celeste, sino la de Estudiantes de General Levalle: el club de su pueblo. La historia estaba marcada: su familia era futbolera. Su papá, sus tíos, todos habían pasado por esa cancha.

De muy chico se destacó. Primero en canchas reducidas, después en divisiones juveniles: sub-11, sub-13. A los trece años dio el salto más grande hasta ese momento: dejar su pueblo y mudarse a Córdoba. No estuvo solo: con su primo se habían instalado con la familia en la capital, y esa compañía hizo que el cambio fuera menos duro. Aun así, los primeros meses pesaron. Estar lejos de sus amigos, de la vida del pueblo, de la rutina de siempre, fue un golpe silencioso.

La llegada de Juan a Belgrano no fue un accidente. Su tío, exfutbolista y luego dedicado al scouting, trabajaba en el club y fue el vínculo decisivo. Lo llevó una y otra vez a entrenar, a probarse, a convivir con el mundo celeste, hasta que en 2018 la oportunidad se hizo real. Con apenas trece años, Juan tomó la decisión de decir que sí. Ese mismo año se calzó por primera vez la camiseta de Belgrano y, desde entonces, nada volvió a ser igual.

Los años en inferiores lo fueron puliendo. Velásquez creció en reserva hasta que en 2024 el sueño de primera se hizo realidad. Después de seguirlo partido a partido en las juveniles, el debut llegó contra Racing. Entró cuando el equipo perdía 4–1. No era el mejor escenario, pero el fútbol a veces regala historias inesperadas: Belgrano lo empató y el recuerdo quedó grabado en su memoria.

Tres días después, el destino le tenía guardado otro capítulo. Titular en la Sudamericana, marcó su primer gol con la camiseta celeste. De jugar en reserva un mes antes a gritar un gol internacional en Alberdi. Todo parecía ir demasiado rápido. La ilusión era inevitable.

Por eso el golpe de la lesión fue tan duro. El 3 de febrero de 2025, contra Independiente Rivadavia, la historia se torció. “Sentí como si me hubieran pegado una patada de atrás”, recuerda. Buscó con la mirada al supuesto rival que lo había tocado, pero no había nadie. Era su cuerpo avisándole que algo se había roto. Y sí: el tendón de Aquiles no perdona.

Lo que vino después fue un proceso lento. Lágrimas en el vestuario, la confirmación de los médicos, el miedo de lo que se venía. “Sabía que me esperaban meses sin poder hacer lo que me gusta”, admite.

El trabajo en recuperación fue su nuevo partido. Natación cuando no podía correr. Ejercicios mínimos que parecían insignificantes, pero eran vitales. Una relación cercana con el kinesiólogo, que pasó a ser su entrenador en esta etapa distinta. Sesiones con psicología deportiva para cuidar la cabeza, aunque —según cuenta— el miedo al volver no fue tan grande como esperaba.

La lesión también tuvo un costo invisible: la posibilidad de que lo vieran clubes de afuera. Su nombre había empezado a sonar; había sondeos, interés, rumores. Pero una lesión cambia todo. “Te tenés que volver a mostrar, arrancar de cero”, dice. Y eso duele tanto como el golpe inicial.

A seis meses de aquel febrero, Velásquez habla con calma. Dice que aprendió a manejar la ansiedad, a tener paciencia, a valorar las relaciones que construyó en el club durante ese tiempo. Médicos, kinesiólogos, compañeros: todos lo sostuvieron. “Me dejó muchas cosas positivas; aprendí a no ver solo lo malo.”

El regreso ya está cerca. Primero en reserva, para sumar minutos; después, otra vez en primera. Sabe que la gente lo espera. Sabe que habrá aplausos, pero también la presión de demostrar que sigue siendo el mismo. Y él lo tiene claro: volver no es fácil, pero tampoco imposible. En el fútbol, como en la vida, volver también es una forma de ganar.

Tras una lesión en el tendón de Aquiles que lo dejó seis meses fuera de las canchas, el juvenil de Belgrano Juan Velásquez enfrenta el desafío más duro de su carrera: volver a empezar. Entre la paciencia, la fe y el trabajo invisible de la recuperación, el futbolista cordobés transforma el dolor en aprendizaje y espera su nuevo debut.