Por Abril Rodríguez Trejo
Traicionera enfermedad maldita,
que aunque nada tienes,
todo, absolutamente todo…
desaparece ante ti, te lo quita…
-Paco Ayala (2012)–
Siempre tuve un miedo. Varios en realidad, pero uno en específico. La memoria, o más bien la pérdida de ella. Veo la vida pasar con atención y constantemente pienso “esto lo voy a recordar”, o “seguro me olvido de esto” con la certeza de que aunque mi pensamiento sea erróneo, con algún recuerdo me voy a quedar. Pero hay personas que no tienen esa certeza; Olga no tuvo la opción de recordar.
Estoy en casa de la familia Vides. Casi soy una más de ellos. Su casa es una de esas por la que mucha gente pasa a menudo. Donde se hacen juntadas de amigos, las pileteadas en el verano, las reuniones de té en invierno, y hoy el festejo del cumpleaños de Paul (Pablo).
Despierto en la cama de su hija, Valen, con quien ya soy casi hermana. Quedándonos un rato en la cama como de costumbre, nos preparamos para enfrentar el día y luego de un rato nos disponemos a levantarnos para tomar un café. Al recorrer la casa silenciosa pienso en el ruido que habrá en unas horas. El ruido de una familia que no es la mía. Me acuerdo de mi familia.
Esperamos sentadas en la mesa hasta que llegue la gente. Es uno de esos días particularmente cálidos que el calentamiento global nos da en invierno, sé que está mal, pero lo disfruto. Recuerdo el día que nevó en Córdoba, es un buen recuerdo.
Empiezan a llegar los familiares. Los primos de Valen, sus tíos y sus hermanos. Y a paso lento, tomados del brazo, aparece Paul junto a su madre y su hermano. Es increíble el parecido de ellos a Olga. Los ojos claros, la piel pálida, las narices que muestran con claridad la descendencia croata que los caracteriza.
Olga tiene Alzheimer, o eso creen. En realidad, hasta que uno no se muere no se sabe si se trata de Alzheimer o demencia. De todas formas, debe ser duro ver a tu madre desaparecer. Recuerdo lo que me dijo Paul al hablar de la enfermedad un día: ”Es como tener a tu mamá pero no es tu mamá”.
¿Dónde estás?
La sientan en una silla donde da un poco de sol. Olga observa. Observa con atención y dice cosas, pero nadie la entiende. Me pregunto si ella misma entiende lo que está viviendo.
Mi papá me explicó algo sobre el Alzheimer una vez: “Es como si se llenara el disco duro de una computadora. Recuerda la información vieja, pero no guarda más la nueva”. Los síntomas de Olga comenzaron a los 70 años, y hoy tiene 84. Es decir que durante 14 años el disco duro de Olga se fue llenando y ya dejó de guardar información. Mientras nosotros estamos en un cumpleaños, ella puede estar viviendo algún recuerdo lejano. Olga puede estar en el pasado.
La Lau, esposa de Paul, sale a saludarla y con su voz alegre dice: “Hoola Olgaa”. La abraza, y Olga sigue haciendo de observadora. Sí responde cuando le hablan, pero no siempre se le entiende. Hacemos contacto visual, y siento que sabe que no soy de la familia. No por un gesto despectivo o de incomodidad, sino más bien de curiosidad. Yo no me parezco a los rubios participantes de la familia.
Sus ojos me parecen dulces. Una dulce mirada.
No es la primera vez que veo a Olga. Recuerdo el día en que, en la misma casa, la trajeron a pasar la tarde con nosotros. Olvidé la mayoría de los detalles de esa vez, menos la flor que me regaló. Una florcita de pétalos violetas que aún tengo en mi habitación.

De a poco el cumpleaños va tomando forma. Ya hay bastantes familiares, y como lo imaginé antes, el ambiente se llenó de risas, voces, anécdotas. Anécdotas de recuerdos.
Hay una pequeña discusión sobre el lugar donde la sentaron a Olga. El clima está caluroso y le da el sol. Pero ella no se queja. De hecho Paul dice: “no se quiere mover”. La mueven igual. Lau gana la discusión.
Veo la forma en la que Vicky actúa con su abuela. La hermana de Valen le habla con su voz suavecita y le acaricia el pelo. Creo que de los cinco hermanos, es quien más afinidad tiene con Olga, y me da ternura.
Mientras comemos sándwiches de pata escucho las conversaciones familiares, y también la escucho a Olga. Ella hace sus aportes adecuados a la realidad en donde está viviendo, la cual desafortunadamente no conocemos.
Me hace pensar en el lugar en donde está internada. ¿Le gustará? Sé que tienen una pileta climatizada, donde le hacen hacer ejercicios. Recuerdo cuando Paul nos contaba de las fotos que les mandaban los ayudantes del lugar.
Sacar a tu madre de su hogar y llevarla a un lugar desconocido para ella no debe haber sido fácil, pero tampoco lo debe haber sido para Paul, que es el responsable de todas las decisiones: “Al principio vivía en su casa donde la cuidaban personas de afuera, hasta que decidieron internarla porque se volvió crónico para las ayudantes. Todas las decisiones recayeron sobre mí”.
Continúo analizando el comportamiento de los demás alrededor de Olga. La mayoría parece como si no la oyeran. Deben de estar actuando, porque yo si la escucho. Eso es lo difícil de las personas con estas enfermedades. Al vivir en realidades que solo existen en sus cabezas, están rodeadas de un mundo que actúa como si ellos no estuvieran. Como si hubieran desaparecido. Son personas perdidas que nunca se fueron, pero que tampoco volverán.
De vez en cuando, al generarse esos silencios misteriosos en los que pareciera que todos se ponen de acuerdo, la única voz que se escucha, es la de Olga.
Paul la mira, todos la miramos, pero no la entendemos.
La Lau dice su hipótesis: probablemente las expresiones a las que no somos capaces de encontrarle lógica se trate de palabras en croata, de donde es su descendencia.
La idea de que Olga se encuentre en el recuerdo de algún pariente, tal vez de su niñez, genera consuelo a sus familiares.
Que edad tan incierta…
¡eres de nuevo una niña!
que desaprendes ahora
un poquito cada día.
-Elvira Molina Almoguera
¿Por qué?
Pensando en el consuelo, reflexiono sobre lo que Paul me dijo cuando hablamos sobre la razón por la cual cree que su madre comenzó con los síntomas de esta enfermedad: “Creo que le dio esto por situaciones que han pasado en su vida y no pudo procesar”.
Además de Paul, Olga tuvo dos hijos. Miguel, que tiene un leve retraso mental y Sebastián, a quien perdió en un accidente automovilístico. Esta situación, al añadirse con la pérdida de su marido, pudo haber generado que sus células cognitivas mueran dejando la falta de memoria como consecuencia.
Es como si el cerebro hubiera usado como mecanismo de defensa el arrebatamiento de los recuerdos de Olga.
Todo lo vivido fue demasiado para ella, y no hay dolor sin recuerdos. Y no hay recuerdos sin dolor.
“Lo que pasó es lo que tenía que suceder”, me dijo Paul. Supongo que sí.
El almuerzo termina, y seguido a eso viene la hora de la torta. Podrá ser un día caluroso, pero seguimos en invierno y el sol no espera en esconderse.
Cantamos el cumpleaños, Paul sopla las velas y en fila se acomodan los familiares y amigos para sacarse la típica foto con el cumpleañero que seguramente no cumplirá otra función más que una historia en Instagram u ocupar un puesto más en la galería del celular.
Es el turno de Olguita. Ella esperó sentada mientras veía personas posicionarse junto a su hijo.
La acomodan en una silla y a su lado se sienta Paul. La agarra del hombro y ambos se miran. No sabemos lo que ella ve en él, pero Paul ve en sus ojos un reloj detenido. Toman la foto, inmortalizando el recuerdo de una fiesta de cumpleaños. El recuerdo de dos personas de las cuales solo una estaba presente.
En la foto solo se muestra una realidad. Nuestra realidad. La celebración del cumpleaños de Pablo junto a su madre.
Pero no vemos, y jamás sabremos el otro lado de esa foto. Lo que Olga vivió esa tarde, cuando la teníamos entre nosotros, pero no estaba con nosotros en absoluto.
Que yo nunca te olvido
tan solo no recuerdo.
Que una cosa es olvidar
y distinto es no recordar.